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mateando

 

Pisca, pisca

     
    Lagunita escondida
     

 


Pisca, pisca

 

Muchas provincias de Italia buscan mantener contacto con aquellos italianos que desde principio y hasta mitad del siglo veinte emigraron principalmente a América. Por eso varias regiones tienen ofertas de estudio especiales para aquellos hijos y nietos de los emigrados, permitiéndoles así conocer mejor la historia y el paisaje de la tierra de sus ancestros.
Mis abuelos maternos eran italianos provenientes del norte, más precisamente del Friuli-Venezia Giulia.
En 1987 (Yo tenía solo dieciocho años) formé parte de un “soggiorno” organizado por la Región, por lo que pasé un mes en Trieste. El grupo estaba formado por casi cuarenta personas, de las cuales once, éramos argentinos, más o menos de la misma edad. Si bien la organización de la provincia había preparado paseos turísticos para que conociéramos los puntos más importantes de la región, con el grupito de los argentinos aprovechábamos los fines de semana para conocer un poco del resto de Europa.

  Postojna Jama

Así que alguien propuso tomarnos un tren a Postumia (Postojna), en lo que en ese entonces todavía era Yugoslavia (Ahora es Eslovenia). Si bien el viaje no era largo, significaba pasar por “la cortina de hierro” y entrar a un país “comunista” con toda la imaginería que eso implicaba.
Postumia es famosa por sus más de veinte kilómetros de cavernas, llenas de increíbles formaciones pétreas.
Recuerdo que salimos temprano y viajamos en un vagón con “literas”, como habíamos visto en las películas. Alguien compró una lata de gaseosa durante el viaje (es esa época en Argentina las gaseosas solo venían en botellas de vidrio. Después nos alcanzaría la globalización)

 

A mitad de camino el tren se detuvo, ya en Yugoslavia, en la estación de Sezana., donde el guarda nos pidió los pasaportes.
-- ¿Argentini? – se sorprendió el hombre.
Acto seguido nos indicó, un poco en italiano, un poco en esloveno, que tendríamos que bajar del tren para que nos visaran el pasaporte. El trámite tomo un rato y terminó con un sellito cuadrado que nos habilitaba a deambular por Yugoslavia por tres meses desde la fecha.

 

Una vez en la estación de Postumia tuvimos suerte de encontrar gente que hablaba italiano y nos indicó por dónde estaba “La Grotta”, ya que estaba muy señalizado. Nuestro destino nos sorprendió muy positivamente. Gran parte de la caverna se recorría con un trencito (aún hoy es así) que va pasando por las distintas “salas” o cuevas. Además de las estalactitas que “caen” del techo, impresionan las increíbles estalagmitas que “crecen” del suelo, todo producido gota a gota, siglo a siglo.  La iluminación bien elegida se encarga de resaltar la belleza o la singularidad de cada formación natural. En alguna partes la piedra semeja un lienzo, tan delgado que la luz lo atraviesa desde atrás..

De vuelta a la estación sacamos el pasaje de vuelta a Trieste. El hombre de la ventanilla nos dio a entender, señalando el reloj, que nos apuráramos a tomar el tren que ya salía. Como había más de uno, consultamos a un guarda por el tren a Trieste.

Postojna Jama
 

-- Pisca, Pisca – nos contestó mientras nos instaba a subir.

A diferencia de los trenes que habíamos tomado en Italia,  este viene lleno y tenemos que viajar parados. Se va haciendo de noche y nos surge la duda de si estamos en el tren correcto, porque no reconocemos nada del paisaje de ida. Le preguntamos a otro pasajero que nos dice, que va a “Moska” :¡Moscú!. Cuando ya nos estamos poniendo locos pasa el guarda que nos había hechos subir al tren.

-- Trieste, Trieste – le indicamos con nuestros tickets en la mano.
-- Pisca, Pisca – vuelve a responder él. 
Mientras transcurre este fluido dialogo notamos que el tren se está deteniendo. El cartel de la estación dice PIVKA y el guarda, señalándolo, insiste.
-- Pisca, Pisca. Trieste –
Ahí era donde teníamos que hacer la combinación. Le agradecemos la indicación y al bajar nos encontramos con otro tren detenido con un cartel que decía Trieste.
Lo tomamos y pronto estuvimos en la estación que nos era tan conocida. En el camino nos encontramos con el guarda que habíamos conocido a la ida.

 
-- ¡Argentini! – nos saludó alegre. Ahora estaba sorprendido de vernos de vuelta tan pronto. Hasta pareció estar triste porque ya nos íbamos de su país.
En Trieste nos relajamos y nos preparamos para continuar con el curso a la mañana siguiente.
Por un momento se nos había pasado por la cabeza todos los monstruos que Occidente imaginaba tras la cortina de Hierro. Lo cierto es que allí encontramos hermosos paisajes y gente macanuda, más allá del idioma, la geografía o la política.
Sezana
   
Sergio Alberino
 

 

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Lagunita escondida

 

En 1991, con un amigo con el habíamos hecho ya varios campamentos, decidimos “engancharnos”   en una travesía “organizada” por unos chicos que querían ver de convertir en fuente de ingreso algo que les apasionaba. La propuesta era recorrer en 12 días la distancia que separa el lago Ñorquinco del lago Quillen en la provincia de Neuquen (un poco más “arriba” del volcán Lanín) , a pie y con mochila. La experiencia fue más que interesante y el grupo resultó bastante desparejo, pero con mucho espíritu. (de ese viaje aún conservo a varios amigos)
Lo normal era caminar hasta casi el atardecer, acampar,  pasar la noche y al día siguiente desarmar el campamento para seguir viaje. En el medio de la travesía paramos dos noches a orillas del lago RucaChoroi (que en idioma mapuche quiere decir “casa de piedra“) para recuperar fuerzas y porque el tiempo estaba lluvioso.
El “día libre” que nos quedó lo dedicamos a comer y tomar mate. Se propusieron un par de excursiones: una suave que era visitar una comunidad mapuche que vive cerca del lago, y una un poco más exigente (teniendo en cuenta que era día de descanso) que era subir la ladera que bordea el lago a visitar la “Lagunita escondida”. Yo terminé en este último plan.
Salimos temprano con lo necesario para almorzar en la lagunita. De camino (siempre en subida) cruzamos un hermoso bosque de araucarias y descubrimos que las más frondosas tenían las bases quemadas y  como ahuecadas. Eduardo, nuestro guía, nos explicó que era costumbre de los mapuches quemar la base de la araucaria cuando es grande para lograr así ahuecarla y tener un refugio en caso de que alguien sea sorprendido por la noche en el bosque.
Cuando estábamos por llegar Eduardo se detuvo para contarnos que para los mapuches los lagos y lagunas son seres con vida propia, algo así como dioses que proveen de agua a la gente, pero que hay que respetar y tratar con cuidado, por lo que nos pidió que fuéramos silenciosos al llegar a la lagunita de otro modo esta podría enojarse con lo cual se “cerraría”
Así lo hicimos, y más que nada fue porque nos quedamos con la boca abierta cuando el camino se abrió y nos descubrimos dentro de un espacio abierto, pero cerrado por un borde de piedra y gigantescas araucarias. Se trataba de un paisaje que alguien describió como “prehistórico”
No corría ni una leve brisa. El sol estaba en lo alto por lo que pensamos en buscar un buen lugar con sombra para almorzar (ya era casi el mediodía)
Empezamos  a bordear la lagunita con el fin de llegar al otro lado, donde se veía lo que parecía una playita. No era sencillo porque no había camino y la vegetación era bastante cerrada. A mitad de camino  noto que Gabriela, una de los del grupo se había quedado muy atrás. Le hice señas pero no miraba, por lo que finalmente le grité. Ahí me acordé de lo que había dicho Eduardo. Todos me miraron y lo más extraño fue que al instante se levantó un fuerte viento que acabó con la superficie de espejo de la lagunita. Desde ese momento y hasta que nos fuimos siguió soplando el viento, al punto de resultar bastante molesto cuando nos dispusimos a parar para almorzar. Comimos y cansados del viento volvimos a salir al bosquecito. Allí no se movía ni una rama...


   
Sergio Alberino

 

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